Redacción: Mario Ortiz Murillo @mariopuma
Por fin llegó a las pantallas mexicanas Last film show, traducida al español como La última función de cine, la más reciente propuesta del prestigiado director Pan Nalin, destacado cineasta indú quien ya había deslumbrado por el drama tibetano Samsara, en el lejano 2001.
La cinta narra la historia del pequeño Samay, un alegre niño alegre que vive con sus padres y hermana menor en Chalala, pequeña localidad al noroeste de la India. La familia apenas sobrevive con dificultades de las ventas de un humilde negocio de venta tazas té caliente a los pasajeros que se detienen unos minutos en modesta estación de paso.
Samay, interpretado por un simpatiquísimo Bhavin Rabari, debutante actor protagónico, oriundo de la región de Guyarat donde se encuentra Chalala, entrega una actuación natural y conmovedora. El travieso infante, luego de una primera visita al cine Galaxy con su rígido padre, queda maravillado cuando descubre como desde un agujero en la pared surge la enigmática boca de luz que proyecta las más espectaculares imágenes de acción, canto y baile, en la mejor tradición del cine de Bollywood. A partir de ese momento despega una original historia que nos va a contar (y a muchos nos hará recordar) porque amamos el cine.
Como ocurre con las drogas y las adicciones, una vez que las pruebas no las puedes dejar. Así ocurre con Samay, queda enganchado al cine, se vuelve adicto a las escenas de acción, al romance, a las persecuciones, repite los diálogos, imita los sonidos del ambiente. El efecto de volverse fanático de las imágenes en la pantalla provoca huir de la escuela y volarse las clases para colarse en los matinés del otro pueblo, que implica trasladarse en tren y a cambio recibir fuertes varazos de un frustrado padre que alguna vez tuvo la grandeza de ser brahmán y que ahora le recuerda a su primogénito que “ni puede haber algo más indigno que hacer películas”.
Convencido de atrapar la luz, el tierno Samay entiende de forma intuitiva la magia de la luz, de los filtros que transforman literalmente su visión de la realidad en el filtro verde de las botellas. Crea de forma lúdica un pequeño marco en el que crea la ilusión del cine con un volante y unas ramas para entretener a sus amigos con una veloz motocicleta que parece inventarse como pura creatividad.
La inocencia de este niño nos recuerda que las películas están llenas de trucos que nos seducen con imágenes inverosímiles que terminamos creyendo y fantaseando para evadirnos al menos por unos minutos de la enajenante realidad y monotonía cotidiana.
Así, Samay negocia ver películas y aprender a exhibirlas con un hambriento exhibidor del Galaxy, Fazal, interpretado por quien además se convierte en un permanente adorador de los suculentos y bien sazonados guisos preparados por su mamá, Baa, la hermosa Richa Meena. La pasión de Samay por su amor incondicional al cine involucra a sus amigos Manu, Tiku, ST, Nano, que ingeniosamente lograrán llevar el cine a la aldea y lo demás, tendrá que descubrirlo para conocer las peripecias del grupo de chiquillos que llevarán su cinefilia hasta sus últimas consecuencias.
La última función de cine es un guion escrito por el mismo director, quien traslada con asomos biográficos cómo nació su pasión por el séptimo arte desde que se propuso atrapar la luz y luego estudiarla a fondo. Al comienzo de la película, a manera de homenaje agradece a Andrei Tarkovski, Stanley Kubrick y David Lean…lo cual nos adelanta momentos épicos y pequeños homenajes y referencias a los grandes maestros del cine que lo formaron. Nada en la semiótica intencional de Nalin es gratuito desde la mirada irreverente y cuasidocumentalista tomada de Jean Luc Godard que ofrece la lente de Pan Nalin en las largas y crudas escenas finales del film, influencia poderosa de aquel Nouvelle vague o el esoterismo hinduista que el chileno Alejandro Jodorowsky impactó con películas como La Montaña Sagrada. El director indú recurre con acierto al retratar las travesuras de los creativos amigos de Samay, empeñados en crear su propio proyector y en reproducir, desde su mirada infantil, la emoción del espectáculo cinematográfico, ingeniándoselas para convertir una función sin sonido en una bien coordinada imitación de los sonidos de ambiente, los cantos y hasta el trote de los caballos para llevar al escondite secreto a quienes no pueden ir al cine su versión de las películas palomeras más populares que se disfrutan en el país que más cine produce en el mundo.
El tren y la deliciosa gastronomía de la Baa, la madre de Samay, son dos personajes aparte que permiten construir historias paralelas que hacen más disfrutable esta joyita del cine de la India.
La aparición del tren a la estación, una de las primeras vistas registrada por la cámara de los hermanos Louis y Auguste Lumiére, se reinventa desde la cámara de Pan Nalin en un plano casi idéntico al creado por los inventores del cinematógrafo, así como los simbolismos de progreso que representa el tren como transporte que sostiene la economía del poblado, pero también el que con su efímero paso aleja y acerca a las personas en un territorio donde más que las carreteras, son las vías las que trazan la ruta del destino.
El proyeccionista Fazal, el Alfredo del Cinema Paraíso indú que sueña con ir a Turquía, le revela al pequeño asistente los secretos de la óptica y la mecánica para engañar al ojo: “son unos tontos que no se dan cuenta de que están viendo una pantalla oscura”.
Samay quiere atrapar la luz, cuenta historias con los cromos de las cajas de cerrillos, con la capacidad de inventar relatos con cualquier imagen en secuencia, así entiende la lógica de la narrativa y el arte de “engañar contando historias”.
La última función de cine es, por mucho, el gran estreno de la semana que, aunque llega tarde a México y con pocas copias, la cinta representante de la India como mejor película extranjera en los pasados Óscares, solo se exhibirá en pocas salas cinematográficas. Así que si como yo pensamos los mismos que el historiador del cine Emilio García Riera piensa:“el cine es mejor que la vida” no pierda tiempo en historias galácticas, exorcismos, autos tuneados con hazañas increíbles o ridículas ficciones de personajes de videojuego. Corra y apúrese a ver una película que le arrancará una lágrima y le devolverá la esperanza del niño que todos fuimos alguna vez.
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